SE MURIO PINOCHO...
Chile, con sus cordilleras preciosas y nevadas que vigilan aquel Santiago que ahora dividido grita y llora la muerte de un dictador, que se erigió como heroe o villano al más puro estilo de un personaje clásico que ningún guionista pudo imaginar; Chile es un país que se reconoce más dividido, que no ha olvidado y le quitaron la costra de forma rápida y dolorosa, porque la carne viva siempre duele y recuerda que causó las heridas.
Los reporteros foraneos, informan y cuentan las historias de ese país de tan buen corazón, que hoy se divide por un viejo decrépito encajonado en una escuela militar, una señora le pregunta a un reportero español dónde quedó la condición de mujer de la presidente Bahcelet al no asistir a los funerales del viejo, y negarle los honores de Estado... quizá la señora no ha pensado que su condición de mujer pudo quedarse en Villa Grimaldi mientras torturaban a ella y a su madre, o en el exilio que lloraba a un padre muerto por la dictadura. Quizá a la señora se le olvido que muchos otros perdieron la condición de humanos en el Estadio Nacional, al que muchos hinchas no regresan más.
El nieto de Allende, fichado cuando niño, exiliado en México y residente ahora en ese Santiago que explota cual volcán, asegura que no destapa la botella para celebrar, dice que nada puede celebrar Chile cuando muere un chileno. Quizá más joven y con su dosis de utopíá necesaria para tener fe, opta por cambiar de página. Pero los hechos están ahí, en el estadio nacional, en las escuelas militares, en el busto de Allende frente a la Moneda, en Plaza Italia y sus banderas coloradas, en el retrato del dicatador con sus lentes polarizados y sobretodo en la memoria de muchos chilenos.
Se murió un dictador y la dignidad de Chile no está manchada, pero habrá que seguir caminando y dejar a los muertos en paz, ya suficiente se tiene que hacer por los que están vivos.
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